La Unión Europea (UE) es un objeto político sin equivalente en el mundo. Entre otras características, combina dispositivos muy potentes con elementos de fragilidad. Y eso, en parte, debido a su carácter inacabado, es decir, a la tensión estructural –y deseada como tal por el Tratado de Roma de 1957– entre dos lógicas institucionales, una federal y otra intergubernamental, en una relación de fuerzas entre ellas que varía según la coyuntura.
En aproximadamente seis décadas, la Comunidad Económica Europea (CEE) de 1958 –devenida en Unión Europea en 1993– se ha afirmado como un bloque cada vez más integrado, que responde al objetivo inicial de los tratados de una “unión cada vez más estrecha”. Pero este objetivo adoptó la forma de un proyecto ideológico particular, y que podría haber sido bien distinto: el de la unificación por el mercado, con la competencia “libre y no falseada” (y no la cooperación) como principio (...)