Para los canadienses, acostumbrados a los tristes trajes del conservador Stephen Harper, la victoria de Justin Trudeau, joven sonriente y “cool”, en las elecciones federales de octubre de 2015, supuso una ruptura. Mientras que el ex primer ministro se negaba a hablar de los “problemas de mujeres”, las desigualdades salariales o la violencia sexual, Trudeau prometía convertir a sus hijos en futuros feministas convencidos. A contracorriente del cinismo de los conservadores canadienses, el recién llegado anunciaba “un futuro mejor” (sunny ways) y una política “positiva”. Según anunció la noche de su victoria, bajo su batuta, el país se liberaría de la tutela de Estados Unidos y volvería a la escena política internacional.
Este discurso sedujo no solo a los canadienses, sino también a los medios de comunicación de todo el mundo, que han presentado a Trudeau como el reverso perfecto de Donald Trump, el antídoto contra el nacionalismo y el populismo (...)