Todo empieza a partir de una idea deslumbrante. Para poner fin a la inflación que devasta al país a su llegada al poder en 1989, el presidente peronista Carlos Menem –acompañado por su súper ministro de economía Domingo Cavallo, formado en Harvard y ex funcionario de la dictadura (1976-1983)– fija el tipo de cambio de la moneda argentina de manera rígida: 1 peso=1 dólar. Este sistema es bautizado “de convertibilidad”. Al principio, esta política calificada de “bing bang” y alentada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) tiene éxito: la inflación desaparece, el crecimiento se afirma.
El 1 de enero de 2001, Grecia cumple con los requisitos de Maastricht y se une a la zona euro. Un año más tarde, las monedas acuñadas de la nueva divisa reemplazan al dracma, la antigua moneda nacional.
Después de la crisis mexicana (1994-1995), Buenos Aires tiene dificultades para financiarse en los mercados: el alza de los (...)