“Salga a aprovechar sus parques públicos”. El cartel municipal que anuncia la primavera en las calles de Estocolmo podría parecer una provocación hacia los 4.000 millones de personas confinadas en otras partes del mundo. Es verdad que, a finales de este mes de marzo, la estación de metro de Abrahamsberg está desierta en hora punta. El uso de los transportes públicos se ha reducido en dos terceras partes en un mes aunque todo o casi todo funciona. El panel de luces rojas que anuncia el próximo metro emite en bucle el mensaje del momento: “Viaje sólo si es estrictamente necesario”. Enfrente, llega un autobús. Equipado con guantes de plástico azules, el conductor señala la puerta trasera, por la que hay que subir. En el retrovisor, su mirada escruta a los pasajeros, ahora menos numerosos, aislados por un cordón sanitario que inutiliza la fila de asientos que está a su espalda.
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