A menudo calificada de “democrazy” (democracia loca) debido a la agitación social y cultural que la caracteriza, Nigeria creó un monstruo: Boko Haram. En sus comienzos, hace doce años, era apenas un movimiento religioso contestatario que intentaba llenar el vacío creado por la incuria de los partidos progresistas. Pero los doctores Frankenstein del gobierno terminaron transformando esta secta en un objetivo geopolítico, principio activo de un ciclo de ataques y represalias tan espectacular como asesino.
En efecto, los aparatos políticos –desde el Partido Democrático del Pueblo (PDP) en el poder, hasta la oposición nordista, el Partido de Todos los Pueblos de Nigeria (All Nigeria Peoples Party, ANPP)– y los sectores militares de seguridad que asesoran al presidente Goodluck Jonathan contribuyeron a radicalizar la secta nacida en el nordeste del país a comienzos de los años 2000. Ferozmente reprimida, la Jama’atu Ahlul Sunna li Da’awati wal Jihad (Comunidad de Discípulos para la (...)