En la actualidad, en torno al concepto de decrecimiento se está organizando una plataforma internacional de fecundos debates. Por evidentes razones medioambientales, la posibilidad de un crecimiento infinito en un mundo finito ya no puede llevar a engaño a nadie. En un mundo desigual, productivista y consumista, el “cada vez más” alcanza sus límites. Según sus partidarios, el decrecimiento abre perspectivas de justicia social, emancipación y alegría vital.
A su entender, el crecimiento, calculado como se hace en la actualidad sobre la base del aumento anual del valor añadido, constituye una aberración física, ya que guarda una correlación directa con la producción y el consumo. Ya sea rojo, verde o negro, sostenible o inclusivo, su perpetua búsqueda les parece absurda: un 3% de crecimiento anual conduce a doblar nuestra producción (y nuestro consumo) cada veinticuatro años. A ese ritmo, en un siglo, produciremos dieciocho veces más que en la actualidad. El (...)