Como era de esperar, todos los dignatarios presentes y pasados de las instituciones europeas saludaron ruidosamente la atribución del Premio Nobel de la Paz a la Unión Europea (UE). Eso les permitió, al menos por unos días, relegitimarse ante opiniones públicas cada vez más euroescépticas. Trabajo en vano: dichas opiniones permanecieron sobradamente indiferentes o burlonas, y a veces escandalizadas, porque esta operación de comunicación les parecía a mil leguas de su realidad vivida de las políticas de la UE. Y además, los medios se mantuvieron relativamente discretos sobre el hecho de que el presidente del Comité Nobel que otorgó el premio, el noruego Thorbjorn Jagland (cuyo país, en dos ocasiones, rechazó la incorporación a la UE), no es otro que el secretario general de la otra institución europea, el Consejo de Europa, que reúne 47 Estados, entre ellos los 27 miembros actuales de la UE.
No es baladí que este ejercicio (...)