Como todos los veranos, aquel de 2012 fui a Mallorca dispuesto a compartir algunas charlas y almuerzos con Cristóbal Serra. Abrigaba tal devoción por este escritor insólito y recluso, que hasta lo ponía a la par de mis admirados Álvaro Cunqueiro y Juan Carlos Onetti. El humus de su tierra, la hondura chispeante con que abarcaba diversos y hasta herméticos temas ocuparon sus ansiedades hasta el fin de sus días, convirtiendo a este escritor provinciano en figura universal.
Nacido en Palma, hijo de una familia acomodada, en su niñez sufrió los desastres de la Guerra Civil y una tuberculosis que lo mantuvo en cama durante unos cinco años.
“El médico aconsejó que me expusieran al sol y a los aires marinos; de modo que si alguien busca una influencia en mi obra, habrá de recurrir al mar y a la costa.” Por eso vivió su adolescencia en el Puerto de Andratx. No (...)