“Amo a Corbyn. Odio el brexit”. Desde hace algunos meses se puede leer este eslogan en las camisetas de algunos militantes laboristas, que ilustra la paradoja que ha producido el brexit entre la izquierda británica. Desde que Jeremy Corbyn asumiera las riendas del Partido Laborista en 2015, la formación ha retomado los combates que durante mucho tiempo había abandonado: renacionalizar los servicios públicos deteriorados tras su privatización; rehabilitar la inversión pública, en particular dentro del sector industrial para generar empleo; controlar las finanzas para que dejen de dictar su ley a la ciudadanía. Al romper con años de reculadas ideológicas, los nuevos planteamientos sedujeron a amplios sectores de la población. En pocos meses, el Partido Laborista se convirtió en la formación europea más grande en número de afiliados.
Pero si bien Corbyn se ha mostrado siempre crítico con el carácter neoliberal de la construcción europea, la mayoría de los nuevos militantes (...)