Más que efectuar malas imposiciones, los promotores de este tipo de operaciones no se sobrecargan con inversiones. Se contentan con sustraer el dinero de los depositantes o, más exactamente, utilizan las sumas aportadas por los últimos inversores para pagar a los anteriores, y se embolsan lo que queda.
Pensábamos que conocíamos todos los resortes de esos juegos de Ponzi (véase el recuadro), que parecían confinados a los sistemas financieros más rudimentarios o a las comunidades que todavía no habían descubierto las prácticas bancarias modernas. Sus arquitectos eran habitualmente embaucadores surgidos no se sabe de dónde que, a fuerza de grandiosas promesas, desvalijaban de sus ahorros a clientes crédulos. Esas pirámides se derrumbaban bastante rápidamente porque cuanto más se agranda una cadena, más importantes son las sumas que recoger: terminaban faltando los crédulos y el fraude era desenmascarado.
Pero he aquí que con el affaire Bernard Madoff, a veces calificado como (...)