Como discurso erudito, la economía se emancipó en el siglo XVIII de la moral, la religión y la política intentando hacer la demostración, totalmente teórica, de que era inútil querer garantizar el bien público a golpe de chantajes religiosos o de decretos políticos: una “mano” invisible, que opera en el corazón mismo de los procesos económicos, se ocuparía de ello. Tal y como ha mostrado el antropólogo Louis Dumont, esta liberación, que acompaña el giro de nuestro imaginario colectivo a la modernidad, se basa enteramente en la producción y en la promoción de dos “ideologemas”.
Por una parte, se da la convicción de que existe un esfera coherente, creadora de sistema, independiente de las otras esferas de la actividad humana, que podemos denominar economía: la producción, la distribución y la utilización de la riqueza constituirían un mundo en sí mismo, e incluso un mundo aparte. El segundo ideologema, de lejos el (...)