“¿Quién recuerda hoy la emoción que despertaba el solo nombre de Grecia entre 1821 y 1829?”, preguntaba Edgar Quinet en 1857. Fue realmente intenso el entusiasmo, sí, y hasta abrasador para quienes pasaron del dicho al hecho, llegando a morir al pie de los muros de Missolonghi a imagen del poeta británico Lord Byron. Su objetivo: ayudar a los griegos a deshacerse de la opresión turca. A principios del siglo XIX, hacía cuatro siglos ya que el Imperio otomano se extendía por encima del mar Egeo. Reinaba como dueño y señor sobre la población ortodoxa griega, adueñándose de sus tierras y limitando sus derechos. En 1821, cuando los griegos se sublevaron, contaron de inmediato con un vasto número de apoyos en el resto de Europa.
Este movimiento, llamado filohelenismo, bebía de varias fuentes. En primer lugar estaba la esperanza de que la revuelta griega pudiera ser la chispa que despertara un (...)