Cuánto me hubiera gustado figurar en el índice de este libro! Unir mi voz al orfeón encomiástico en memoria de uno de los hombres más ponderados y afectuosos que conocí. Había llegado yo a Paris en los años 1950. Pronto, por motivos profesionales, entré en contacto con personalidades del Partido Comunista de España (PCE), sin que Santiago Carrillo, ni Santiago Álvarez, ni Marcos Ana, ni López Salinas me invitaran a participar en una célula del Partido. Y bien veían que estaba más que predispuesto. Comprendí que no se fiaran de mí, gozando como estaba de una beca del gobierno en vigor. “No; es que resultas más valioso fuera que dentro”, me tranquilizó Federico Melchor, metiéndome ipso facto entre los “compañeros de viaje” o “tontos útiles”, como quisieran llamarnos.
En esta situación, cómoda en suma, pude seguir recibiendo las ayudas franquistas, y de submarino en los diarios El Alcázar, Diario 16 y (...)