“Aquí la resiliencia sabe a crepineta de manitas de cerdo”. Es lo que se podía leer en un artículo de Le Monde que encomiaba un restaurante pocos días después de los atentados del 13 de noviembre de 2015. Hay que suponer que la crepineta era un símbolo de resiliencia porque el restaurante estaba ubicado en uno de los distritos donde habían tenido lugar los tiroteos. Era atrevido, pero precursor. Cinco años después, la palabra “resiliencia” está, por así decir, hasta en la sopa. Las instituciones internacionales, el mundo de las finanzas, la gestión y la sanidad pública, los economistas, urbanistas y climatólogos: todos la utilizan. A los políticos les encanta. En su discurso de investidura del pasado 20 de enero, Joseph Biden habló de la “resiliencia” de la Constitución estadounidense. Emmanuel Macron la emplea reiteradamente, sin miedo a repetirse. En el contexto de la pandemia de covid-19, habla de “escenarios (...)
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Un concepto omnipresente… y tan cómodo
Resiliencia sí, resistencia no
¿Hasta dónde llegar en la implantación de nuevas restricciones y cómo hacerlo? ¿Cómo proceder para que parezcan justificadas, incluso beneficiosas, para asegurarse su aceptabilidad social? La ciencia cognitiva permite construir políticas públicas que contribuyen a dicho fin y moldear nuestros comportamientos; algo que queda ejemplificado en la valorización de la “resiliencia”.
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