“¿Pero dónde se puede encontrar en el presente la huella casi borrada del crimen pasado?”
Sófocles
Nadie entra en una prisión sin experimentar un doloroso sentimiento de angustia, una punzada de tristeza y la sensación de descender vivo a la tumba; ni sin oír resonar los primeros versos de La balada de los ahorcados de François Villon:
“Hermanos humanos que vivís después de nosotros
No tengáis contra nosotros los corazones
endurecidos
Pues si tenéis compasión por nosotros pobres
Dios se apiadará antes de todos vosotros.”
En Lyon, la cárcel de Saint-Paul está a un paso de la estación de Perrache. Está tan cerca que los detenidos incluso podían oír el ruido de los trenes que maniobraban y, asimismo, caída la noche, los gritos de quienes proclamaban su amor, su cólera o su desesperación bajo los elevados muros. Ya se trate de Paul, de Pélagie o de Lazare, (...)