A Fraga lo conocí desde pequeño. Ambos de Vilalba, en la Terra Cha de Lugo (un árbol aquí, otro allá; el resto es soledad), donde Rouco Varela no merecía haber nacido. El año 1947, descubrí la autoridad e influencia de don Manuel, cuando el entierro de su hermano Pepe, muerto ahogado en un remanso del río Magdalena. Él se ocupó de repescar el cadáver; llevárselo a su casa en un carro de vacas; luego le amañó una sepultura y redactó el epitafio: “Aquí yace José Fraga Iribarne, abogado en la tierra, que se ha ido a ejercer la abogacía en el cielo”.
Desde donde me llega la memoria, fui un niño prodigio del piano. A los seis años, mi fama se extendía por la comarca; a los diez di mi primer concierto en el Circulo de las Artes de Lugo. Manolito Fraga, ya abogado prometedor, iba a nuestra (...)