La mundialización del deporte –que se inició en realidad después de la II Guerra Mundial, con la multiplicación sin fin de las competiciones– se vio acompañada de una “deportivización” del mundo como vector político-ideológico común al conjunto de las potencias financieras que someten el planeta a sus dictados. Después de que el barón Pierre de Coubertin lanzara el irresistible movimiento de propagación deportiva, resucitando en 1896 los Juegos Olímpicos en Atenas, el fenómeno deportivo se ha caracterizado por la combinación de varios factores: un desarrollo sin precedentes de la mayoría de los deportes en todo el planeta, su homogeneización internacional por medio de la codificación de reglas unificadas, y la desaparición progresiva de las técnicas corporales y de los juegos vernáculos.
La unidad de este conjunto reconfiguró tanto los tiempos del mundo (con la implementación de calendarios competitivos cada vez más apretados, puntos de referencia aceptados por todos) como el espacio (...)