Si la primera carrera espacial enfrentaba a las dos grandes potencias de la época –Estados Unidos y la Unión Soviética–, los fabricantes de naves espaciales del incipiente siglo XXI son corporaciones privadas, como corresponde a la todavía dominante era neoliberal. Y la sede de muchas de ellas está en un paraíso fiscal que se niega a reconocer que lo es: la isla de Man.
Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo vivía en Man el Phynodderee (“el peludo”), un duende cuyo mayor placer era ayudar al granjero y al pescador laboriosos. Cosechaba por la noche los cultivos del primero y depositaba, en los alrededores, todas las piedras que necesitaba para construir su cabaña; el segundo, al amanecer, encontraba su barco y sus redes reparados.
La varita mágica de las hadas de la Isla de Man se denomina actualmente tributación cero. Y sus beneficiarios ya no son los campesinos ni los artesanos, sino, (...)