Portada del sitio > Mensual > 2022 > 2022/03 > La eterna fábrica de la historia

Las sociedades democráticas en busca de un “gran relato”

La eterna fábrica de la historia

A principios de la década de 1980, el discurso sobre el “fin de las grandes narrativas” postulaba que cualquier intento de comprender y dar sentido a la historia colectiva era una quimera. El final de las ideologías y de la fe en el progreso fueron variaciones del mismo tema. Hoy, los grandes relatos vuelven, en diversas formas, a proponer futuros posibles.

por Evelyne Pieiller, marzo de 2022

“Necesitamos (urgentemente) un gran relato”. Emmanuel Macron exhibe un estilo llano en su página de Facebook, que retoma un extracto de unas declaraciones suyas de hace años a un periódico alemán (1). Ante los grandes empresarios protestantes, el 26 de octubre de 2021, durante una cena del Círculo Charles Gide, defiende la misma idea, pero de manera más extensa y florida: “Nuestras sociedades democráticas posmodernas no están secularizadas, pero surgieron de un gran relato que era religioso. El siglo XX conoció otros grandes relatos después del gran relato emancipador, el gran relato de los totalitarismos, y colectivamente hemos pensado que el fin de los totalitarismos pasaba por el fin de los grandes relatos. (…) Y me veo obligado a señalar que tenemos colectivamente la desgracia de no tener ya grandes relatos, porque nuestros compatriotas se ven confrontados a la pequeñez de los pequeños relatos” (2). Macron no solo funciona por repetición, también es “tendencia”. La candidata a las elecciones presidenciales de Los Republicanos, Valérie Pécresse, trata de crear un “gran relato nacional” (Les Echos, 11 de febrero de 2022). Sandrine Rousseau, de Europa Ecología Los Verdes, tiene el mérito, según Christian Salmon, el ­popularizador del storytelling (3), “de haber generado un gran relato. Un relato inclusivo, integrador, (…) afirmando por primera vez desde la izquierda la credibilidad de un gran relato” (Slate, 30 de septiembre de 2021). No daremos más ejemplos: el término está de moda. Lo que no impide que sea algo difuso.

El concepto se difundió a principios de la década de 1980 a partir de un ensayo del filósofo Jean-François Lyotard que tuvo una gran acogida, sobre todo en Estados Unidos, antes de convertirse en una obra de referencia también en Francia. El libro La condición postmoderna. Informe sobre el saber (1979) instaló en el panorama intelectual y mediático los conceptos de posmodernidad y metarrelato, que más sencillamente pasó a denominarse “gran relato”. Este consistiría en un punto de vista sobre el hombre en la historia, una aprehensión racional de los acontecimientos pasados ​​que dan sentido al futuro. Lyotard resume: “Podemos llamar modernas a las sociedades que anclan los discursos de la verdad y la justicia en grandes narrativas históricas, científicas. Por supuesto, encontramos muchas variantes. Los jacobinos franceses no hablan como Hegel, pero la justicia y el bien siempre están presentes en una gran odisea progresista. En la posmodernidad, en la que vivimos, lo que falta es la legitimación de lo verdadero y lo justo. Ahora bien, estas nociones eran las que permitían ejercer el terror aquí, (…) en otras partes, ser estalinista o maoísta” (Le Monde, 15 de octubre de 1979). Porque, ¿qué justifica lo que llamamos la verdad? ¿El bien? ¿Quién desarrolla esos conceptos, en nombre de qué, para qué? No tienen nada de eterno o indiscutible: existen y fluctúan para justificar el poder y las costumbres sociales. Así, como sintetiza el historiador Johann Chapoutot, al cuestionar la “legitimidad del conocimiento”, Lyotard socava la legitimidad “de los relatos que lo sustentan” (4). En particular, todo hay que decirlo, los de “la gran odisea progresista”. Aprendimos que ya no podíamos confiar en los fundamentos del relato de la Ilustración, la fe en la razón que establece la verdad, la creencia en el progreso basado en los trabajos de la ciencia y el pensamiento crítico para avanzar en el camino de la emancipación del género humano. Fin del proyecto humanista, universalista, puesto que la verdad es una construcción. Y el pensamiento marxista, diana principal, se revela como un espejismo. Bienvenidos a un mundo libre de todas esas ilusiones, germen de totalitarismo. Cada cual que actúe según sus preferencias, conforme a su propia sensibilidad. Paso a los “pequeños relatos”, modestos y que no tratan de imponer su supuesta verdad a los demás. No, no hay ninguna flecha que indique la dirección del futuro.

El entierro del gran relato fue celebrado con entusiasmo.

Hay que reconocer que el ideal de la razón no ha cumplido sus promesas y que la perfectibilidad del hombre todavía está por probar. “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, escribe el filósofo Theodor W. Adorno en 1949 (5). En cuanto al sueño comunista, “religión secular” que ocupó “el lugar de la desaparecida fe” (6), el hundimiento del “bloque del Este” parece haberlo dejado obsoleto. Lo que llevó a Francis Fukuyama, asesor de la administración Reagan, a predecir “el fin de la historia”, gracias al triunfo del modelo de la democracia liberal en todo el planeta, “punto final de la evolución ideológica de la humanidad” (7).

Ahora bien, aunque la profecía de Fukuyama fue desmentida bastante pronto, su variante teórica, la posmodernidad y sus postulados, prosperó, floreció como una sospecha generalizada. Llegó la época del desencanto, de la soledad del ciudadano ante el fin de los ideales colectivos, mentiras peligrosas. ¿Qué valores defender, si todos son relativos? ¿Sobre qué bases emprender una acción transformadora? ¿Qué verdad preferir? La evolución de la enseñanza de la historia y el uso político del “relato nacional” son ejemplos de ese cambio de perspectiva. Como señala el investigador Sébastien Ledoux, por grandes etapas “pasamos de la inserción de Francia en una historia universal que realiza en una marcha hacia la libertad triunfante desde la Revolución de 1789”, al “descubrimiento de una verdad oculta”, basado en el “deber de la memoria”. Fin del gran relato optimista, instrumentalizado por el poder; en adelante “el futuro no se percibe como un horizonte de expectativas tendido hacia el progreso de la humanidad, se concibe como la conjuración del retorno de pasados ​​violentos”. El objetivo es ese: simplemente recordar los horrores de ayer, para que no se repitan, “evitar riesgos colectivos” (8).

Esta desconfianza hacia las narraciones totalizadoras no impide sentir una especie de vacío y, como dice líricamente el escritor Alain Damasio (9), actualmente se extiende “esa idea que resuena por doquier, tanto en el mundo empresarial como entre los activistas, en los think tanks reaccionarios o en el seno de los ZAD [agrupación anarquista francesa]: ‘necesitamos nuevos relatos’”, ya que “los grandes relatos” manifiestamente “están acabados o son inservibles”... Esto es ­suponer un poco precipitadamente que todas las viejas grandes narrativas han sido barridas por la lucidez al final dominante. Si bien el relato marxista está muy deteriorado, el del neoliberalismo, desarrollado inicialmente por el estadounidense Walter Lippmann (1889-1974), sigue activo. Lippmann, que pretendía oponerse al capitalismo salvaje responsable de la crisis de 1929, publicó The Good ­Society en 1937, sobre un telón de fondo de dictaduras en Europa y en el contexto del New Deal de Franklin D. Roosevelt. Consideraba que las peores tiranías se ejercen en nombre del pueblo, la nación, el proletariado y la opinión pública; porque la especie humana es defectuosa, no se adapta a las condiciones que ella misma ha creado. La necesidad, por tanto, es ­doble: por un lado, hay que organizar las condiciones para una adaptación permanente de las personas y las instituciones a los movimientos del orden económico, ­basado en la competencia generalizada –deliberadamente, Noam Chomsky le tomó prestada la expresión “fabricación del consentimiento”–; por otro lado, hay que confiar el poder a una élite competente, insensible a las pasiones del pueblo. Así pues, vía libre a los “líderes”, los expertos, vía libre a la manipulación de la opinión pública, empujada por los medios de masas, la educación, etc., a adherirse a las ideas de movilidad y flexibilidad, ahora imprescindibles, y a adaptarse a las nuevas condiciones económicas. Las desigualdades resultantes serán “naturales”. Como defiende el darwinismo social, ¡que gane el más flexible, el más reactivo! (10).

Esta concepción puede ser atacada como fuente de injusticias, pero es menos frecuente que se la denuncie como un gran relato falaz. Es cierto que se reviste de lo que parece ser simple “sentido común”…, pese a que ese sentido común solo es la interiorización de los valores de esa visión política. También es cierto que rara vez se deja aprehender en su totalidad (el darwinismo social que destaca Barbara Stiegler se reivindica poco, y los expertos solo son presentados como técnicos). En fin, con espíritu pragmático y no con grandes principios sabe, precisamente, adaptarse: ¿falta el gran relato? ¡Escribámoslo! Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, más conocido como Foro de Davos, organizó los días 11 y 12 de noviembre de 2021 en Dubái el encuentro The Great Narrative, donde filósofos, futurólogos, científicos... tenían que “cocrear una narrativa que pueda ayudar a crear una visión más resiliente, inclusiva y sostenible de nuestro futuro colectivo” (11). El “cuento”, como lo llama Schwab, funciona a pleno rendimiento y es adoptado por la mayoría de dirigentes y responsables políticos, decididos a trabajar por “una vida buena”. Será una vez… un ­neoliberalismo afectuoso, despojado de toda “política” y de una moralidad a prueba de balas.

Pero nacen otros relatos, relatos que rescriben el mundo. Están los de los “conspiranoicos” y los de los yihadistas milenaristas. Está el de la crisis medioambiental, que insiste en la culpabilidad de un “sistema consumista” del que todo el mundo forma parte y que apuesta por la responsabilidad individual para salvar el ecosistema. Uno de los más singulares es sin duda el del “metaverso”, término ­extraído de una novela de ciencia ficción, en el cual se focalizan el antiguo grupo Facebook rebautizado como Meta, Microsoft, Soni, Alibaba, Apple, Amazon, etc. Para Mark Zuckerberg, presidente de Meta, se trata de nada menos que de fusionar nuestra realidad física y el universo digital. En un universo virtual, donde estaremos presentes bajo un avatar de nuestra elección, viviremos en tres dimensiones, con cascos de realidad virtual y otras prótesis, conversaremos, adquiriremos cultura, habitaremos y compraremos, en un Internet por fin “encarnado”, como dice Zuckerberg. Ya no habrá ninguna necesidad de vivir en el viejo mundo real, lo virtual es lo real. Será como en la película de Steven Spielberg Ready Player One (2018), en la que la humanidad prefiere encerrarse en un metaverso controlado por grandes empresas antes que padecer las catástrofes que asolan la tierra. Harán falta años para que el metaverso sea operativo. Pero ya se hacen, “de verdad”, compras inmobiliarias, y las marcas ­toman posiciones, frente al dinero en curso, con criptomoneda; sin Estado, fin de las constricciones (12). Un mundo paralelo donde el deseo y el dinero serán ley. He aquí un “gran relato” completamente nuevo del futuro, que se presenta como una liberación para todos –o casi.

La lista no es exhaustiva. Pero esas perspectivas (más o menos) nuevas tienen una fuerte tendencia a eliminar o maquillar el conflicto: ya no hay lucha de clases, solo injusticias; ya no se trata de enfrentarse a lo que esclaviza, sino de realizarse; ya no prevalece el trabajo de la razón y tampoco el progreso, sino el poder de la imaginación, ya se entienda por esta la innovación, lo virtual, o “ficciones susurrantes de alteridad”, por retomar la expresión de Alain Damasio (13). Quizá esta sea una de las sorpresas de nuestro tiempo. En efecto, se observa que, cada vez más, los diversos comentaristas consideran que la literatura y en particular la ciencia ficción dibujan el futuro. Es bastante estimulante. Pero las producciones de la imaginación, al igual que su recepción, no se sitúan al margen de la ideología. Y solo cobran fuerza cuando interpretan la realidad. Una interpretación que le da sentido y dirección. Por parafrasear a Fredric Jameson, gran teórico marxista apasionado de la ciencia ficción, si abre perspectivas que contribuyen a “determinar las condiciones de superación [del capitalismo]”, la imaginación puede contribuir a “volver a poner de moda en la izquierda (…) la idea de una perspectiva colectiva emancipadora” (14). Revitalizar el gran relato emancipador mediante historias que reaviven el deseo de su consecución es un hermoso objetivo de la… posposmodernidad.

NECESITAMOS TU APOYO

La prensa libre e independiente está amenazada, es importante para la sociedad garantizar su permanencia y la difusión de sus ideas.

(1) Entrevista en Der Spiegel, Hamburgo, 14 de octubre de 2017.

(2) Citado en Réforme, París, 27 de octubre de 2021.

(3) Christian Salmon, Storytelling: La máquina de fabricar historias y formatear las mentes, Península, Madrid, 2007.

(4) Johann Chapoutot, Le Grand récit. Introduction à l’histoire de notre temps, PUF, París, 2021.

(5) Theodor W. Adorno, Prismas, la crítica de la cultura y la sociedad, Ariel, Barcelona, 1962. En 1966, por el contrario, escribirá: “quizá fue falso afirmar que tras Auschwitz ya no es posible escribir poesía” (Dialectique négative, Payot, París, 2003). Esta corrección tendrá mucho menos eco.

(6) Raymond Aron, “L’avenir des religions séculières”, artículo de julio de 1944, citado en Le Grand récit, op. cit.

(7) Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre, Planeta, Madrid, 1992.

(8) Sébastien Ledoux, La nation en récit, Belin, París, 2021.

(9) Alain Damasio, en Relions-nous. La Constitution des Liens. L’an 1, Les Liens qui Libèrent, París, 2021.

(10) Cf. Walter Lippmann, La Cité libre, Les Belles Lettres, París, 2011. Pierre Dardot y Christian Laval, La Nouvelle Raison du monde. Essai sur la société néo-libérale, La Découverte, París, 2009. Barbara Stiegler, Il faut s’adapter. Sur un nouvel impératif politique, Gallimard, París, 2021. Noam Chomsky, junto con Edouard Herman, Los guardianes de la libertad, Crítica, Barcelona, 1990. Véase también François Denord, “El arte de gobernar”, Le Monde diplomatique en español, noviembre de 2007.

(11) Sitio web del Foro Económico Mundial. Cf. también Klaus Schwab, Thierry Malleret, The Great Narrative, for a better future, Schweizer Büchänder und Verleger-Verband, Zúrich, 2022.

(12) Véase Frédéric Lemaire, “El bitcoin y el riesgo de una burbuja financiera”, Le Monde diplomatique en español, febrero de 2022.

(13) Alain Damasio, en Relions-nous, op. cit.

(14) Vincent Chanson, “Fredric Jameson, Totalité, postmodernité et utopie”, Contretemps, París, n. º 6, 27 de mayo de 2010.

Evelyne Pieiller