“Habito en la posibilidad”, sostiene Emily Dickinson. “Un hogar más justo que la prosa” afirma Czeslaw Milosz, “el único refugio contra la nada”. La poesía es tal vez la única práctica sin sentido que nos protege contra la falta de sentido: por el placer que nos aporta su lectura; por la riqueza de sus imágenes y su imaginación; por la sensualidad de las palabras, que nos permite engendrar nuevas ideas. Un poema aumenta, en definitiva, nuestro deleite de estar en el mundo.
Y, sin embargo, “a mí también me desagrada”, confiesa Marianne Moore, en su composición de 1935 “Poesía”, verso del que se hace eco Ben Lerner (Kansas, 1979) al comienzo de su ensayo El odio a la poesía (Traducción de Elvira Herrera Fontalba): “¿Qué clase de arte asume la aversión de su audiencia? ¿Y qué clase de artista se hace cómplice de esa aversión?”. Wallace Stevens promulgaba que la lírica (...)