Providencial, la ola de calor de julio de 2019 ha eclipsado un asunto que resulta también revelador sobre los desajustes actuales, pero democráticos en este caso. En efecto, pocos son los europeos que, cegados por el sudor, se percataron de que el discurso político con el que se les saturaba desde hacía al menos tres años acababa de ser dinamitado. Y la prensa, ocupada en otras “investigaciones”, no se esforzó en señalarlo.
Hasta ese momento, se había embaucado a cientos de millones de electores europeos con un gran relato maniqueo. La política de la Unión Europea y las elecciones del pasado mayo se resumían en el enfrentamiento entre dos bandos: los liberales contra los populistas (1). Ahora bien, el 2 de julio, una vez concluida la elección de los eurodiputados, una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea recomendó que la ministra cristianodemócrata alemana Ursula von der Leyen se convirtiera en presidenta de la Comisión Europea. La idea habría venido de Emmanuel Macron. Su sugerencia fue admitida, naturalmente, por la canciller alemana Angela Merkel, pero también por… el primer ministro húngaro Viktor Orbán.
Con todo, el presidente francés no había dejado de jurar desde su elección que se mostraría intransigente con los nacionalistas y los “populistas”, portadores de “pasiones infames”, “de ideas que tantas veces han encendido las llamas en las que Europa podría haber perecido”. “Mienten a los pueblos” y les “prometen odio”, afirmó (2). Macron incluso abandonó su irreprochable modestia para desafiar a dos de esos incendiarios, el ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, y Orbán: “Si han querido ver en mi persona a su principal opositor, están en lo cierto”.
El pasado 16 de julio, cuando los eurodiputados confirmaron la decisión de los jefes de Estado y de Gobierno, las proclamaciones de campaña –“progresistas” contra nacionalistas– volvieron a dar paso a una configuración política muy distinta. Algunos parlamentarios socialistas votaron en contra de Von der Leyen (los franceses y los alemanes, en particular); otros, a su favor (los españoles y los portugueses). Y, en este último caso, coincidieron con los nacionalistas polacos y con los secuaces de Orbán. Es decir, esos mismos a los que Marine Le Pen adulaba unos días antes para formar con ellos un grupo común en Estrasburgo… En definitiva, la candidata de Macron deberá su elección como presidenta de la Comisión Europea, que logró gracias a una mayoría de solo nueve votos, a una coalición heteróclita que incluye a los trece parlamentarios húngaros leales a Orbán, así como a los catorce eurodiputados “populistas” del Movimiento 5 Estrellas, por entonces aliados de Salvini.
Sin lugar a dudas, semejante cartografía del escrutinio nos aleja de las historietas que se cuentan cada mañana a unos niños europeos buenos y disciplinados. Sin embargo, podemos estar seguros de que, incluso cuando las temperaturas vuelvan a la normalidad en el Viejo Continente, la mayoría de los periodistas continuará repitiendo las categorías artificiales que Macron les preparó con esmero.