Mi tesis es simple: la gastronomía pertenece al ámbito de las ciencias, la política y la cultura. Contrariamente a lo que se cree, puede constituirse en una herramienta política de afirmación de las identidades culturales y en un proyecto virtuoso de confrontación con la globalización en curso.
Porque no hay nada de malo en apreciar los placeres del paladar, base fundamental del saber gastronómico y elemento esencial de la calidad de vida. El movimiento Slow Food (www.slowfood.com) fue creado “para la defensa y el derecho al placer de la alimentación”. Algunos militantes, a menudo de izquierdas, no aprecian mucho tales afirmaciones, que asimilan a la “decadencia burguesa” o al “epicureísmo degenerado”. Por lo tanto, son necesarias algunas explicaciones.
En primer lugar, cuando se habla de gastronomía, no sólo importa el placer. Según su principal teórico, Jean-Antelme Brillat-Savarin (1755-1826), autor de La Physiologie du Goût (“La Fisiología (...)