Hace 25 años, Marx era considerado un perro muerto en el mejor de los mundos liberales posibles. Su espectro está hoy de regreso. En la época de la mundialización victoriana, “la inmensa acumulación de mercancías” estaba todavía en sus comienzos. Pero Marx no se contentó con explorar la gran pirámide. Su crítica de la economía política aspiraba a penetrar su secreto, a descifrar sus jeroglíficos, a demostrar su lógica. Para superar sus propios límites, el capital está obligado a ampliar sin cesar el círculo de su acumulación y a acelerar el ciclo de sus rotaciones. Al convertirlo todo en mercancía, el capital devora el espacio y desquicia el tiempo.
Allí donde los vulgares economistas asisten con la boca abierta al espectáculo de la crisis, Marx capta en su estado de gestación las contradicciones mortíferas de una sociedad esquizofrénica, en la que “el dinero grita su deseo”, de la misma manera que (...)