Antaño, la amistad evocaba un vínculo aristocrático entre héroes griegos (Aquiles y Patroclo) o escritores inseparables (Montaigne y La Boétie). Esta vez ha descendido a tierra firme, hasta las tuberías de nuestras telecomunicaciones y hasta los pasillos del gran supermercado que nos sirve de mundo. Nos la sirven desde que nos despertamos hasta que nos acostamos, desde el amigo Ricoré a los juerguistas de la red Snapchat. Hoy en día está por todas partes y en ninguna. Decoro obligado de todas las transacciones y ausente en nuestras vidas sociales. Tono sobreactuado de todos nuestros intercambios y verdad de una relación singular que nos cuesta encontrar. La amistad es lo que promueven las redes sociales, las series de televisión, el vecindario responsable con su fiesta anual, el turismo distendido con sus encuentros autóctonos o, simplemente, las confidencias del día delante de la máquina de café.
La amistad es ese simulacro de complicidad (...)