En quince años, Gaza ha sufrido cinco expediciones punitivas: 2006 (“Lluvia de Verano”); 2008-2009 (“Plomo Fundido”); 2012 (“Pilar Defensivo”); 2014 (“Margen Protector”); y 2021 (“Guardián de las Murallas”). Israel ha escogido esos nombres para hacer pasar a los asaltantes por asediados. Y, en estos quince años, los mismos personajes sueltan los mismos eslóganes para legitimar los mismos castigos. El desequilibrio entre los medios empleados vuelve el término “guerra” inapropiado. En un bando, se encuentra uno de los ejércitos más poderosos y mejor equipados del mundo, que cuenta con el ilimitado apoyo de Estados Unidos, que somete a sus adversarios a un bloqueo terrestre y marítimo en todo momento (1). Enfrente, ni un solo tanque, avión o barco, ni el apoyo (más allá del meramente verbal) de un solo país. Por consiguiente, se requería de todo el aplomo de un embajador israelí en Francia para reprochar a los palestinos “uno de los crímenes de guerra más abyectos del siglo XXI” (2). El número de víctimas respectivo durante estos cinco conflictos son respuesta suficiente.
Desde hace quince años, como todo el mundo sabe, los israelíes “responden” a las agresiones de que son objeto. Porque la historia que cuentan nunca empieza un segundo antes del secuestro de uno de sus soldados o del lanzamiento de un cohete dirigido contra ellos. Así, la cronología de los enfrentamientos omite las vejaciones habituales infligidas a los palestinos, los controles permanentes, la ocupación militar, el bloqueo de un territorio que ningún aeropuerto comunica con el exterior, el muro de separación, la voladura de sus casas y la colonización de sus tierras.
Sin embargo, suponiendo que Hamás desapareciera mañana, todo continuaría igual. Israel, que ayudó a ese movimiento a coger vuelo y que contribuye a su financiación, lo sabe. Pero tener enfrente un adversario así le conviene. Y le permite presentar la lucha de un pueblo por su propio Estado como la agresión terrorista de una organización religiosa mesiánica. Al intervenir con brutalidad contra fieles en la Explanada de las Mezquitas, en Jerusalén, las autoridades israelíes no podían ignorar que estaban dándole munición al movimiento islamista.
Por cínica y transparente que sea, la operación del primer ministro Benjamín Netanyahu se ha desarrollado sin problemas. Ni resolución de las Naciones Unidas (que Israel podría haber ignorado una vez más), ni sanciones, ni retirada de embajadores, ni suspensión de entregas de armas. Al igual que Washington, la Unión Europea ha asumido el lenguaje de la derecha israelí; el Gobierno francés, apoyado por Marine Le Pen, Bernard-Henri Lévy y la alcaldesa socialista de París, Anne Hidalgo, solo ha salido de su letargo para prohibir una manifestación de solidaridad con los palestinos. Parecería que cuanto más poderoso es Israel, menos democrático es y más se pone el mundo entero a sus pies.
Sin embargo, como cinco “guerras” acaban de demostrar, esa “Cúpula de Hierro” diplomática no garantizará la tranquilidad de Israel. La violencia de la resistencia responde siempre a la violencia de la opresión, excepto cuando un pueblo es aplastado y sometido. El pueblo palestino sigue en pie.