“Recaudación de fondos para el primer pueblo pionero del sur de Francia. Seguimos necesitando: un tractor, semillas, materiales de construcción, 250 ovejas, maquinaria y herramientas de taller, 10 gansos, buenas ideas, 100.000 francos en billetes pequeños, un carnicero, albañiles y carpinteros, etc.”. Los transeúntes suizos no comprendieron de inmediato quién apelaba a su generosidad. Eran jóvenes. Unos treinta, que acababan de comprar un pobre terreno en Provenza, flanqueado por tres aldeas en ruinas, en Limans, al pie del monte de Lure. Todavía soplaban en sus velas las últimas brisas de Mayo del 68 y querían huir de las ciudades y de la sociedad de consumo. Así nació, hace cincuenta años, una cooperativa “agrícola-industrial” autogestionada. Eligió el premonitorio nombre de Longo Maï.
Roland Perrot, uno de sus fundadores, fue quien propuso instalarse en esta zona desolada. Siguiendo el consejo de un antiguo pastor que había conocido a Jean Giono en el cercano (...)