“Las llanuras de Europa son testigo. / Ellas saben también que algo ocurrió, / aunque nunca lo viéramos” (“Suceso”). El poeta no busca ser persuasivo, sino seductor. Los patrones aparecen y se desvanecen, los dramas van y vienen, los sentimientos inexplicables se agitan: “– Aquí estás, con las ruinas. / – Es mi sitio” (“Primer acto”). “Paisaje” invita tanto a tener razón como a no tenerla (“El cielo no tiene nada que decirte/ pero seguirá girando”). “Elegía” consigue ese raro milagro: que todo suene plausible sin ser del todo coherente (“Lo profundo es la sangre aquí dentro”). Se acepta estoicamente la derrota. Se esboza un imperativo moral. La muerte es liberación.
En su más reciente libro de versos, No estábamos allí, el asturiano Jordi Doce (Gijón, 1967) atrapa un tema, sea la búsqueda, el tiempo que pasa o se pierde, y lo entrega a las autoridades irónicas del idioma, para que (...)